Ya lo dice el son cubano… “Como cambian los tiempos Venancio”… Hemos perdido el norte aún viviendo en él.
La percepción de las cosas ha pasado de mito a logo sin apenas darnos cuenta…
Quizás la culpa no sea de nadie, o sea de todos. En un mundo tan globalizado tenemos cualquier cosa a nuestro alcance. Los niñ@s de la casa ya no reciben regalos sólo en Reyes o su cumpleaños, lo hacen además en Papá Noel, su Santo, porque se ha portado bien o porque no se ha portado tan mal… Además, lo tienen todo, el juguete más codiciado, el ordenador más potente, un móvil a temprana edad porque ya se dan cuenta de que el de juguete es una falacia (o porque su “amiguito” del cole ya tiene uno)…
Hemos perdido el norte y con él lo que viene siendo el valor de las cosas, la capacidad de recompensa, el rol del esfuerzo. Recuerdo que cuando pequeño, para ganarme 25 pesetas tenía que lavar un coche de un vecino, un familiar o un conocido. ¿Conocen algún niño que haga esto en nuestros días? Ahora igual vale con que cumplan su deber de estudiante, es decir, aprobar “x” asignatura, y el valor exponencial del premio se ha multiplicado por mucho…
Esto no es un tirón de orejas a ningún padre, es una realidad del tamaño de Chángchéng. Pero aún estamos a tiempo de cambiar el paso. En esto hay que volver al pasado, hacer ver a las generaciones que están empezando su aventura en esta vida, que las cosas tienen un valor real más un valor adquirido. Que el esfuerzo en ocasiones es incalculable. Pero para ello tenemos que dar ejemplo. Nos pasamos demasiadas horas anhelando lo que no tenemos y, cuando lo conseguimos, le damos menos importancia de la que realmente tiene. Es como si al conseguir llegar a meta, no supiésemos vivir ese momento, disfrutarlo… no levantáramos las manos en señal de victoria y de gozo. Lo olvidamos tan pronto que queremos más, más y más.
El valor de las cosas no es lo que cuestan, es el significado que tengan para ti…
Quizás hay que pararse a mirar al entorno y ser conscientes de que tenemos más que nunca. Ser conscientes de que el valor de las cosas no se puede tasar con álgebra homológica. Darse cuenta de que hay que valorar más lo que tenemos, lo que hemos conseguido y lo que vamos a conseguir.
Las cosas tienen un valor, pero hemos perdido el valor de las cosas. Nuestra percepción es que nunca es suficiente. Vale que hay que ser una persona ambiciosa, pero hay que luchar por un tipo de ambición más sano, dar para recibir, aportar para que nos reporte, valorar para ser valorados.
“Whatsappeamos” con móviles que valen el sueldo de muchas personas en un mes…
No sabemos disfrutar realmente de lo que tenemos porque sencillamente no lo valoramos. El entorno, los verdaderos amigos, la familia… son cosas que no se adquieren: se trabajan, se valoran y se disfrutan. Pero difícilmente podremos disfrutar de algo sin tener claro que el valor de las cosas no es un número, es un sentimiento, un halo mágico que nos permite seguir adelante sin necesidad de mirar, hablar y/o criticar al vecino.
Sean más positivos, minimicen las amarguras porque éstas quieren precisamente lo contrario de ustedes. Valoren lo que tienen porque no lo tendrán siempre. Piensen que todo tienen un valor, pero añádanle el esfuerzo que ha supuesto conseguirlo y disfrútenlo. La mejor sombra no es la de un árbol, es la de tu entorno; si está viciado, cámbialo… Tu no eres ese árbol y te puedes mover.
El tiempo al fin y al cabo es el que mejor valora, no obstante, valora nuestra vida en años…
Hemos perdido el valor de las cosas, sin darnos cuenta de que las cosas siempre tienen un valor…
Un saludo.
Rayko Lorenzo.
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